miércoles, 28 de diciembre de 2011

III Doña Bondad

Al agua la sentía tibia; y se lavó la cara con toda tranquilidad. A veces amanecía calurosa y se refrescaba o, mejor dicho, se enfriaba el rostro con el agua helada que recogía del caño ubicado a siete metros de su casa. Pero esta vez, al levantarse, prefirió calentarla en su depósito de porcelana con bordes pintados de azul oscuro, bajo los rayos que el urticante sol ofrecía desde muy temprano.

De lunes a sábado no se celebraban misas en el pueblo y la señora podía esperar con tranquilidad y sumergir el rostro en el agua transparente y cristalina. En los días fríos, le ayudaba a entibiar el agua el kerosene al que regaba sobre su leña en el fogón. Al terminar de asearse, pensó, tenía que iniciar la tarea diaria: primero el desayuno; luego las compras para el almuerzo y después la iglesia con su sacristía, su púlpito y sus milagrosos; principalmente el santo patrón, el del altar mayor; el que, junto con el resto, permanecía impávido, aguardando el cambio en la conciencia de su gente. Porque no podía ser de otra manera, la gente tenía que cambiar tarde o temprano, con golpes o sin ellos; el santo lo sabía, pero esperaba tieso, inmóvil, como si no pensara, como si no se preocupara.

Doña Bondad peinaba su cabello largo, ondulado y entrecano, inclinando rítmicamente su cuerpo a la derecha e izquierda. Todo tenía que cambiar; para eso estaban ellos. La señora se miró al espejo y vio su cara trigueña con arrugas que delataban su edad. Terminó de peinarse y se acomodó la falda que apretaba su cintura; luego se dirigió a la cocina a prepararse el desayuno, para el que se le hacía tarde.

Su casa era pequeña, de tejas y paredes de adobe, como la mayoría de casas del pueblo. Doña Bondad aseguró con llave su puerta y caminó respondiendo sonriente el saludo de todos los que encontraba en su trayecto a la iglesia. Eran las once de la mañana del día lunes; las campanas no repicaban y la señora ingresó sola, para rezar callada y pedir al patrón del pueblo ilumine la mente y el corazón de aquellos a quienes la vida sonríe. Al final de sus rezos, caminó al municipio observando a dos niños descalzos, que jugaban con “boliches” y “chanos” en la plaza de armas.

Buenos días señora, ¿a qué milagro agradeceré su visita?

Señor Alcalde, muy buenos días; mi visita coincide, justamente, con un milagro.

Usted dirá Doña Bondad, estoy para servirla.

La señora, después de sentarse frente al escritorio del Alcalde, explicó que se encontraba muy preocupada porque se había enterado de que la fiesta de San Isidro, ese año, no contaría con el espectáculo que atraía multitudes: la corrida de toros.

Me parece extraño que usted se preocupe por la corrida de toros dijo el Alcalde.

Eso es sólo lo que parece señor Alcalde, yo conozco de su fe; ambos conocemos de la fe del pueblo y todos de lo milagroso que es nuestro santo patrón. Por eso es que siento la obligación de confiarle algo muy delicado que se relaciona con lo que estamos comentando.

Me intriga doña Bondad, pero siga usted por favor.

Señor alcalde, sucede que...

Doña Bondad, narró con lujo de detalles, todo lo que pasaba y las conclusiones a las que había llegado; luego, continuó diciendo:

El Santo no es contrario a las fiestas, pero quiere que todos los que acudan a ellas lo hagan con fe y desprendimiento; además, desea que el producto de toda la fiesta de mayo de alguna manera, llegue al pueblo, en especial lo que se recaude en la corrida de toros.

Ahora comprendo su preocupación, pero el concejo no tiene los fondos necesarios para organizar la fiesta brava; tampoco los paisanos se encuentran en posibilidades de financiarla, los toros cuestan un ojo de la cara y lo que es peor los pocos que trabajan ganan sueldos miserables.

Señor Alcalde, usted es una persona optimista y trabajadora, llame a un cabildo abierto y que se forme una comisión para que recorra la comarca en busca de apoyo; en especial que molesten a don Alejandro, el hacendado que tiene los toros más hermosos y bravos del distrito.

Parece que usted olvida que el pueblo le pagó muy mal a don Alejo en las últimas elecciones.

El santo es muy poderoso señor Alcalde.

La conversación resultó más larga de lo que doña Bondad esperaba; pero se retiró contenta. Esa noche el pueblo se reunió en cabildo abierto y nombraron al Juez de Paz, al alcalde y al gobernador para que recorrieran la comarca. Y fue así como, las tres autoridades, llegaron a tocar las puertas del hombre más rico de la zona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario